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Mostrando entradas de 2020

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Erase una vez. Una niña que se aburría de ver la vida pasar desde la ventana. Erase una vez. Un mundo en el que el tiempo pasaba demasiado deprisa, todo el mundo corría, no dejaba de tomar y dejar las cosas a una velocidad inhumana. Erase una vez. Una bandada de pájaros que se equivocó de destino a la hora de emigrar en la estación del año errónea. Erase una vez. Alguien decidió saltar desde el último piso del bloque más alto de la ciudad.  Alguien sabía lo que pasaría pero no importaba demasiado, solo era una vida desconocida más. Erase una vez. Un reloj que daba las horas al revés y nadie sabía que iba mal, todos seguían la hora ciegamente creyendo esa realidad absurda.  Erase una vez. En mi cabeza una explosión.  El sonido del silencio tras la desolación.  El recuerdo perfecto de lo que un día fue y hoy ya se acabó. Erase una vez, de nuevo, yo. 

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Nunca he sido de apostar, veo más pérdidas que ganancias cuando se decide poner la vida en las manos del azar, no se me ocurre confiar en algo que nunca he creído. De pedir, hubiera elegido la certeza de conocer tan solo si existe la posibilidad de ganar algo, para no invertir absurdamente en algo que es imposible tener, donde no existe un premio.  Y luego te das cuenta de que así es la vida, arriesgarlo todo a una carta, confiar con los ojos cerrados, apostando con tus otros sentidos por las personas que te rodean en un abrazo inseguro, sobre una plataforma que se tambalea por tu propio peso. Que así es la vida, saber que posiblemente nunca tendrás ese premio, que no hay nada que ganar, que quizá tan solo estamos aquí haciendo el tonto sin saber que pasará, caminando sobre un hilo confiando que nadie nos soltará la mano. Pero el caso es que la mano al final suda, y caes.  Quizá no estamos apostando nada, quizá no estamos apostando tanto, o quizá lo estamos apostando todo. ...

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Siempre he elegido la sangre por encima de las lágrimas. Prefería las cicatrices al nudo en la garganta. Escogí la rabia a la desolación, y sentir que todo arde a mi paso, en lugar de helarme de frío escondida, esperando que todo pase.  ¿He cambiado? Ya solo hay cenizas, ya no ardo, ni siento frío.  ¿He cambiado? Las cicatrices ya no existen, ahora solo hay un desierto seco, glacial, de hielo que puede quemar si te quedas demasiado tiempo. 

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¿Dónde estás? No encuentro tus ojos, alquimista. Hace demasiado que no huelo a recién horneado, ¿se te apagó la esencia, brujo? Yo nunca quise, pero aquí estoy, echando de menos el agua que te convierte en cenizas, obviando la escalera para salir del pozo, que está frío, como te gusta, pero no está hecho para mi. ¿Qué ha pasado? Tus manos ya no echan chispas. ¿Dónde voy? Tu boca me ha guiñado en forma de adiós, o eso he creído. ¿Dónde estoy? Ya he vuelto de escalar entre pestañas húmedas, ríos muy secos. Escalo, escalo, escalo. Dejo atrás todo lo que pensaba que quería y fíjate, tan arriba que me sorprende seguir preguntándome qué pasa contigo. Ya no estás a mi nivel, tus hombros no llegan ni a mis tobillos, he crecido, florecido, y ya no hay sitio para más. Ya no estás a mi nivel, tu pupila se ciega mirando hacia arriba porque alguien por encima brilla más. Ya mis rodillas se han curado, ya no hay sangre salada, ya no hay lágrimas que arden, ya no hay ojos rojos que escuecen como ech...